”En la
medida en que no estamos viviendo nuestros sueños, nuestra zona de comodidad
tiene más control de nosotros que lo que tenemos sobre nosotros mismos.” (Peter
McWilliams)
En agosto del
2004 salí por primera vez de mi zona de confort, esa vez fue de manera no tan
voluntaria, porque fui enviada a una ciudad que no quería ir, pero lo que tenía
que hacer en ella o en cualquier otra estaba escrito desde que nací, tenía que
empezar la universidad. Llegué el día antes de que empezaran las clases, lo que
me había dejado prácticamente nada de tiempo para conocer las rutas y
acostumbrarme a la nueva ciudad. Santo Domingo me parecía tenebroso, estaba
acostumbrada a pasearla en vehículos privados o taxis, así que el ver las
´´voladoras´´, los ´´carritos públicos´´ y las Omsas me producía escalofríos. Confieso
en toda mi vida me he subido tal vez algunas 4 veces a una Omsa, pero me fue
imposible escapar del resto del transporte público.
Hace unos meses decidí -esta vez sí
de manera voluntaria- salir otra vez de mi zona de confort, pero esta vez
estaría a 6,600 km de casa, y con una diferencia horaria de 6 horas, no habría un
familiar cerca para socorrerme (la excusa que me dio mami para no dejarme vivir
en Santiago), estarían algunos conocidos, pero nadie que realmente podría llamar
familia.
Pero había que hacerlo, se
presentaba una clase de oportunidad que no se presentan todos los días, tenía
la edad y el deseo de realizar mis sueños, podría haber aparecido luego, pero éste
era el momento.
Así inicio este viaje, con la sed
de descubrir el mundo, conocer nuevos lugares, personas, costumbres y de cierta
forma ver de qué material estoy hecha, probar mi capacidad de supervivencia que
gracias a esta experiencia descubrí que era la adaptación.
Adaptarse, saber que se dan dos
besos en lugar de uno, que la siesta es casi obligatoria, que se pueden
c#$&# en Dios y no debes pegar el grito al cielo, que aunque compartimos el
mismo idioma (españoles y latinos), tenemos un millón de maneras para decir las
mismas cosas, por ejemplo descubrí que tal vez los dominicanos somos los únicos
que decimos ´´zafacón’’.
Crecí, mas allá de que aquí cumplí
mi cuarto de siglo, crecí de manera personal, profesional y espiritual, ahora
se me es más fácil trabajar en grupo y he aprendido que me es más importante
ser la abeja que ayuda a lograr que se haga el trabajo que ser la abeja reina.
Estoy a días de regresar a casa,
ese pedacito de tierra que desde que dejé atrás extraño, pero que sin duda
alguna me reconforta saber es el único lugar en el mundo donde no seré
extranjero. Soy recién un ave que aprendió a volar, no creo existan lugares a
los que no pueda llegar, ni creo existan sueños imposibles, yo al menos haré el
esfuerzo porque los míos si se hagan realidad.
Tengo muchas cosas en la cabeza y
sentimientos en el corazón, entre ellos un adiós que si espero maquille un
hasta luego. Soy el ejemplo viviente de que hay que tener cuidado con lo que se
pide, porque los sueños si se hacen realidad.
Ahora a ver que me depara el futuro,
preparada para lo que venga.
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